LA CRUEL IDEOLOGÍA DEL HOMBRE PERFECTO - EPISODIO I: CHARLANDO CON EL ENEMIGO
Un coche bastante
glamuroso aparcó delante de uno de los mejores campos de concentración de toda
Alemania. Mucha gente pensaría que el coche traería refugiados judíos contra su
voluntad, pero se preguntaban, ¿quién sería tan tonto para traer a judíos a un
campo de concentración subido en uno de los mejores coches de la época? En
efecto, eso sería una idiotez que solo serviría para mostrar riqueza ante gente
que no le daba para comer; no obstante, los métodos de tortura nazi eran bastante
peculiares. Pero, en ese momento, el automóvil no visitaba el sitio para
entregar a personas que serían asesinadas sino para que el recién nombrado
capitán Gerónimo Schneider hablara con el condenado a muerte ese mismo día
Moshé Friedman. Schneider bajó de su coche con dos hombres más, Bernardo Schulz
y Fabian Müller. Schulz era un aclamado general encargado de la protección del
señor Schneider, ya que el padre del chico lo recompensaría con una gran
fortuna. Sin embargo, Müller no había venido a cambio de nada, solo era un
inútil capo de la armada alemana primo de Gerónimo, que le había ayudado a
escapar herido de una batalla contra los polacos en Varsovia.
Cuando entraron les
pidieron identificación y al estar seguros de que eran soldados los dejaron
entrar a las celdas. Moshé Friedman estaba impaciente por la charla que iba a
tener lugar en su celda con el capitán Schneider y ya había preparado un
discurso digno de un extraordinario escritor. Su sueño era ser escritor,
trabajo que sabía que no podría realizar debido a su situación en esos
momentos. Mientras soñaba en un futuro lejano que nunca alcanzaría entraron por
la puerta Schneider, Schulz y Müller en una fila desequilibrada. Friedman cedió
asiento en la silla de enfrente a su esperada visita.
-
Hola capitán Schneider, es un placer
conocer a una persona como usted.
-
Me gustaría decir lo mismo, pero sería
asqueroso que visitar a un judío en la antesala de su muerte en el mejor campo
de concentración de toda Alemania, y por no decir del mundo, fuera un placer
para mí.
-
Veo que no se anda con chiquitas – dijo
Friedman para que la tensión se rebajara – Lo primero felicitarlo por su
ascenso a capitán, señor.
-
Gracias. No obstante, me horroriza la idea
de que un señor judío e hipócrita de 30 años me felicite por mis logros.
-
Lo suponía, pero no lo he invitado para felicitarle
– dijo Friedman con un toque de alegría para que Schneider no se molestara - ¿Usted
conoce a la señorita Rachel Beato?
-
No me suena. ¿Por qué lo dice?
-
Era una chica judía. Compartimos celda
durante dos meses, hasta que hace menos de tres semanas se la llevaron mientras
dormía sujetándola del cuello y de los hombros. A los cinco minutos sonó el
disparo de un revólver. Eso alertó a la multitud, y los próximos a la ventana
que daba al exterior, como yo, miramos. Fuera estaba el cuerpo de la señorita
Beato con una herida de bala en la cabeza. A lo que quiero llegar con esto es
que ustedes defienden la ideología de la persona perfecta, y que solo quienes
lo sean pueden vivir. Ser de raza negra o gitana, ser judío o musulmán, ser de
otra nacionalidad que no sea la alemana o ser algo que no les guste no nos da
pase directo a la humillación y la muerte. Mire, usted es joven señor
Schneider, yo ya he perdido años de vida, pero usted puede olvidarse de esta
ley que imponen sus superiores de ser de una manera determinada y vivir feliz,
sin que otras personas lo odien ¿Por qué en serio cree que sus superiores a los
que usted defiende se sacrificarían por usted? Si piensa eso está muy equivocado,
siento decirle.
La mente de Gerónimo
Schneider afirmaba la ideología del señor Friedman, pero el dinero y la fama
para él eran más importantes. Pidió una pistola a Schulz y al entregársela agarró
la cabeza del señor Friedman brutalmente aplastándola contra la mesa. Después
de esto ya pueden imaginarse lo que pasó.
Al salir del campo de
concentración, la conciencia de Schneider estaba limpia como la de un bebé
recién nacido, aunque el acto que acabara de hacer fuera un delito, pero, al
fin y al cabo, todo lo que hicieron los nazis fue un delito.
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