UN VIAJE MUY ESPERADO


       ¿Linterna?
       Sí.
       ¿Botella de agua?
  Mmm… Sí, aquí está.
       ¿Chuches?
  Por supuesto.

Eran las cuatro menos cinco. Mi hermano y yo nos encontrábamos en su cuarto cubiertos con una manta. Faltaban apenas cinco minutos para que el despertador hiciera acto de presencia.

Cuatro minutos. Solo podíamos hacer una cosa: esperar.

Tres minutos.
       ¡Me aburro! – gritó mi hermano.
       ¡Shhh! Calla, no grites – susurré.
       Perdón – dijo.

Dos minutos. Los nervios pesaban ya.

Un minuto.

       Comienza la cuenta atrás – señalé.

Empezamos a contar desde sesenta.

       Cincuenta y nueva, cincuenta y ocho… – decíamos a coro.
       Tres, dos, uno…

El reloj inició sus fuertes y desagradables pitidos. Salimos de la habitación corriendo y tiramos la manta que nos cubría al suelo. Entramos al cuarto de nuestros padres y nos echamos encima diciendo: ¡Nos vamos! ¡Nos vamos! ¡Levantad dormilones!
Se despertaron un poco desorientados pero poco a poco fueron retomando la memoria, comprendiendo qué ocurría.

Quince minutos después, tras haber llenado el maletero del coche, nos encontrábamos subidos en él, camino de Madrid para tomar el avión que nos llevaría a nuestro destino final. Salía a las ocho y cuarto, pero el viaje era largo y llegaríamos antes por si sucedía algo.

El viaje fue tranquilo. Estábamos cansados así que aprovechamos para dormir un poco.

*  *  *

Ya subidos en el avión, después de pasar el control de seguridad, de dejar las maletas y de comprobar los billetes, ajustamos los asientos: mi madre iría con mi hermano y mi padre se sentaría conmigo.

El despegue fue casi inminente. El avión comenzó a coger velocidad y a elevarse.

Ahora mismo, me encuentro en el asiento de la ventanilla contemplando el magnífico paisaje. Aterrizaremos en breve.


Moyanomon




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