PRIMER PREMIO RELATO- SIEMPRE LA MISMA HISTORIA (LUIS PORTERO, 3ºB ESO)

Después del enorme recibimiento que tuvo la aclamada novela Susurros del Mar durante la época navideña del año pasado, la editorial EditBook no paraba de insistir al tan aclamado amateur escritor Andrew Dufresne de que escribiera otra novela antes de las fechas de Navidad, para que la gente la comprara como regalo de fiestas y así, la editorial subiera al pico más alto de su larga carrera.

Andrew, en aquel veraniego junio en el que la editorial lo había citado tan amable y gentil, respondió que sí a la arriesgada propuesta de escribir un libro antes de que pasaran cinco meses. Aprovechando que se sentía enamorado por aquel entonces de su bella novia, Marla Paulsen. Decidió escribir una novela romántica, de esas que te alimentan el corazón sin recurrir a alto contenido de amor “desfasado”.  Hasta ahí todo bien; sin embargo, cruces de ansiedad combinados con el amor-odio que se tenían entre ellos, el frío septiembre acabó con la ruptura de la joven pareja.

Tres meses después, un 16 de diciembre de 2015, la editorial, que ya había financiado el marketing para el tan esperado nuevo libro, metía presión cada vez más robusta al escritor, ya que cada día, la gente hacía colas sensacionales de gran magnitud que colapsaban la entrada del edificio comercial de Editbook para comprar el nuevo libro de Dufresne; sin embargo, al entrar y ver que no estaba el libro al que habían titulado El diario de un adormecido amor, se iban de la tienda sin comprar algo que también les podría interesar.

Andrew, sin ánimo de ofender o dejar un  mensaje de 40 minutos insultando a todo ejecutivo de la editorial, prefería dejar en el buzón todas las llamadas que llegaban. Como no tenía nada más que hacer, decidió por primera vez en meses acudir con su amigo Jeffrey Rogers a una nueva discoteca que habían inaugurado ese mismo año. Cuando llegó, se bebió una bebida de poca fiabilidad que acabó por corromper su memoria durante medio día. Después de un gran fiestón en el sótano clandestino de la discoteca y mil copas de más que no le dejaron pensar, se quedó dormido en el bar que ya estaba cerrado. Al despertar buscó urgentemente una salida y tras miles de búsquedas de una puerta que estuviera abierta, encontró una que le hizo desembocar en medio de un sucio callejón que daba directo al barrio de Brooklyn. Se dispuso a mirar en ambas direcciones para ver si ya había gente despierta, encontrando así el gran presente que le había otorgado la vida: encontrarse a su exnovia con su nueva pareja.

-       Hola…- se atrevió a decir el primero.

-       ¡Oh, Dios Mío! – exclamó la preciosa chica- no esperaba verte por aquí- dijo, mientras se acercaba a darle dos besos cordiales en las mejillas.

Andrew se quedó mirándola, pero cierto es que, parecía que estaba observando más al chico musculoso de casi dos metros que posaba al lado de la chica.

-       ¡Qué vergüenza!- gritó ella- Siento no haberte presentado a mi nuevo novio, Mike. Cuando lo conocí después de que rompiéramos fue como si un ángel me hubiera caído del cielo.

Esas palabras abatieron a Andrew, el cual no podía olvidarse de ella y, sin embargo, la chica, ya de seguro tendría miles de planes de futuro con él. Sin más dilación, el chico se despidió y los vio irse durante un buen rato sin dejar de mirar a aquella preciosa muchacha que en un día pasó por su corazón. Mientras se acercaba cada vez más a la carretera, su vista permanecía fija a la pareja, lo que hizo que no se diera cuenta del camión que estaba a punto de arrollarle.

De repente, el joven escritor despertó gritando en la  cama que había comprado para su pequeña habitación. Pensando en que solo había sido una horrible pesadilla, cogió unos cuantos  cereales y se sentó sobre el sofá que acaparaba medio salón. El crujido pastoso de los cereales combinado con el alto volumen de la tele que hacía que los gritos del presentador de fútbol mañanero esquivaran todo sonido, le hizo incapaz de observar que una persona con un abrigo mugriento estaba sentado con él al lado. Cuando terminaba, miró hacia la derecha, lo que le hizo ver que un tipo de unos 40 años estaba sentado a su lado. El chico gritó sin parar desconsolado y asustado durante unos 5 minutos hasta que el hombre dijo su primera palabra.

-       Hola – dijo el delgado hombre.

Andrew seguía atónito y no podía decir palabra ante el  susto que se había llevado.

-       Sin más adornos dentro de nuestra conversación, me dispondré a decir quién soy – dijo el hombre – Soy La Navidad. Sí exacto, la que celebráis cada año al lado de vuestros familiares comiendo deliciosas comidas que servirán como sobras al día siguiente. Vengo a informarte de que no, no era un sueño aquel incidente que has tenido con un camión. En realidad, yo te he salvado de una muerte segura, la cual habría terminado en un funeral con solo 4 personas en asistencia. Y te preguntarás: ¿por qué me has salvado? Verás, yo soy una buena persona, bueno, fantasía, o no, esa no era la palabra…Dejémoslo en fiesta. Por lo cual, yo te he salvado para que así cumplas tu sueño: poder terminar la novela y de paso, con tu elocuente amor a tu ex. Y no creas que hago esto solo por ti. A mucha gente le hacías feliz con tus relatos, incluso cuando ellos estaban en la peor etapa de su vida. La Navidad trata de repartirse felicidad entre nosotros, ¿verdad?

El joven, fascinado y aún así creyendo que todo era un sueño preguntó: ¿y qué pasa si no quiero seguir escribiendo?

-       Ah, bueno, por supuesto no pasaría nada más,.. te dejaría de nuevo en las rayas blancas y negras de las carreteras para que tuvieras un fin  absurdo liderado por un conductor de camiones de unos doscientos kilos.

Andrew, que no creía ni una sola palabra todavía, decidió hacer lo que cualquier persona normal haría: aceptar la ofrenda de paz de un espíritu que se reclamaba como La Navidad que le amenazaba de muerte si él no quería seguir trabajando en su novela.

La Navidad, con alegría por supuesto, al saber que Andrew aceptaba, salió de la casa a través de la ventana; sin embargo, un grito lo detuvo en seco antes de que él pasara de una ventana a otra.

-       ¡Espera! – gritó el chaval- ¿cuánto es el tiempo límite?

-       No hay tiempo límite – respondió la fiesta- solo que repetirás el mismo día cada vez que amanezcas y que, de no seguir con el trabajo durante un buen tiempo, te devolveré a la carretera.

-       Pero, eso no tiene sentido- renegó el chaval- si repito el mismo día siempre, todo lo que haya escrito el día pasado no servirá de nada.

-       Eso es incorrecto, solo lo que hayas escrito durante todo el día se guardará en la máquina de escribir que te he mejorado y tienes encima de tu mesa.

La fiesta, sin esperar más preguntas, se marchó como por arte de magia, dejando a Andrew aún más confundido de lo que estaba.

Sin recriminaciones, agarró su renovada máquina de escribir y empezó a formularse ideas en la cabeza. Pasaba una hora, dos, tres, cuatro…y así todo el día repitiendo el mismo sonido en la cabeza de Andrew: Tick, tick…Boom. Ninguna idea era lo suficientemente buena para enmarcarla en su novela, por lo cual, decidió despejarse un poco saliendo a tomar una copa. De camino al bar, la noche no era más que aburrida en la fría Nueva York que dejaba recuerdos en la cabeza de Andrew mientras caminaba por la vía pública, teniendo cuidado y esquivando cualquier posible carretera.

Cuando llegó al bar, el reloj gigante marcaba las once y lo único que le entraba en el cuerpo a Andrew era un whisky. El camarero se lo sirvió de la mejor manera posible y el chico estuvo mirando la puerta a cada rato, como si el amor de su vida fuera a aparecer. Y no sabía cómo en aquel entonces, apareció alguien que le cambiaría la vida. Ese alguien era una chica rubia de ojos grandes y verdes, bellísima tanto por fuera como por dentro. Su pelo le llegaba por los codos y parecía ser una chica muy cuidada. Se sentó al lado del escritor y, como si se estuviera copiando de él, también se pidió un whisky.

-       Altas horas para estar en las calles de Nueva York, ¿eh? – se atrevió a preguntar ella.

-       La verdad es que sí – respondió el chico – en cualquier momento podría parecerte un orco de Mordor, o peor, un loco borracho que vende jabones.

La chica rio, y para Andrew, esa sonrisa era la más hermosa que había visto jamás. Estuvieron hablando toda la noche,  hasta que el gerente del bar los echó a las cuatro de la mañana. Después de un rato caminando por las lúgubres calles de la  ciudad, Andrew la acompañó hasta su casa.

-       Espero volver a verte- dijo la chica.

-       Esperemos- contestó el chico, sabiendo que el día se repetiría sin cesar y sin dejar lugar para relaciones.

Cuando volvió a casa ya eran  las siete de la mañana, y, en vez de echarse a dormir, Andrew se puso a escribir como nunca lo había hecho en su vida. Conocer a esa chica le había inspirado a continuar el libro. Al marcar su último click, la habitación se desmoronó mágicamente y Andrew despertó en su cama. Corriendo, fue hasta su móvil que estaba en el salón y miró el día. Efectivamente, lo de aquel tipo era verdad, era el día 17 de diciembre a las ocho de la mañana. Siguió escribiendo hasta la noche y, cuando llegaron las diez, se vistió rápidamente y salió corriendo hasta el bar del día pasado. Se sentó, pidió el mismo whisky, y por suerte, volvió a aparecer la chica, que se sentó al lado de él.

-       Altas horas para estar en las calles de Nueva York, ¿eh? – se atrevió a preguntar ella.

-       La verdad es que sí – respondió el chico – en cualquier momento podría aparecerte un orco de Mordor, o peor, un loco borracho que vende jabones.

Varias noches se repitió la misma situación, haciendo que Andrew conociera cada vez más a la chica, que se llamaba Charlotte, y haciendo así que, el escritor estuviera más inspirado para escribir.

Después de innumerables días repetidos, Andrew terminó su novela. Al despedirse en la última página, La Navidad apareció y le estrechó la mano.

-       Enhorabuena- felicitó la fiesta- creí que nunca lo conseguirías.

Andrew temeroso de darle la novela, se hizo el confuso, repitiéndole que no la tenía acabada; sin embargo, La Navidad, que no era tonta, sabía que Andrew estaba atemorizado, ya que, de terminar el día sin haber guardado nada en él, nunca conocería a la chica.

-       Chico- dijo la fiesta- ¿te acuerdas qué te dije? que todo lo que escribías se guardaba.

El chico, entendiendo enseguida el mensaje, se levantó de la cama dejando a disposición el libro a la fiesta y salió a la calle para celebrar que había matado dos pájaros de un tiro; no obstante, se adelantó y entró en la carretera donde le atropelló el mismo camión de la otra vez.

Despertó con unas náuseas increíbles que no evitaron que este fuera hacía el móvil a comprobar el día,  era 18 de diciembre. Al mirar la fecha se dio cuenta de que tenía cientos de llamadas perdidas de la editorial, las cuales agradecían a Andrew su trabajo y le informaban de que el libro ya se estaba poniendo en marcha dentro del proceso de producción. Alegre como nunca, salió a la calle con más cuidado que la otra vez y dispuso un camino en torno al bar de siempre. En él, se encontraba la chica, quien le saludó amablemente y le obsequió con un sitio a su lado.

-       ¿No es muy pronto para beber? – bromeó el chico.

-       No estoy bebiendo jaja. Aquí también ofrecen desayunos, comidas y cenas – aclaró la chica.

Andrew no escuchó ni gota de su discurso, ya que, se ahogaba plácidamente en el color verde de los ojos de la muchacha, los que también le hacían recordar que, al escribir sobre ella en su nuevo libro, toda esta aventura había servido para crear una relación que duraría mucho más que las fiestas, y  de no haber ido a ese bar,  Andrew no se hubiera inspirado en crear la historia más bonita que jamás había leído.

 

Luis Portero

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