PRIMER PREMIO RELATO 2020: SILVIA OLMO - "UN EXPRESO HACIA LA LIBERTAD"

Todo comenzó en un pequeño pueblo al Sur de Galicia el 22 de diciembre de 1896, en un antiguo orfanato que se situaba en una estrecha calle.

Allí residía Santiago, un chico de 14 años muy humilde e inteligente, de pelo castaño, ojos verdes y piel blanca como la nieve. Siempre estuvo esperando el día en el que encontrará el amor de una familia, pero conforme iba creciendo, iba perdiendo poco a poco la esperanza de que ese día llegara.

Eran las doce de la mañana cuando los chicos del orfanato, salían un rato a jugar con la nieve, se podía ver como Santi, estaba con una chica. Ella era Mery, una joven de cabello pelirrojo y liso como la seda, ojos azules y piel pecosa y pálida. Ellos siempre habían sido buenos amigos, eran inseparables desde que se conocieron.

Esas Navidades, Santi pensaba que iban a ser como de costumbre, eran dos días antes de Nochebuena con lo cual, debían hacer sus cartas lo antes posible. El día 23, cuando se despertaron, fuero al gran comedor a tomar un desayuno molinero, que aunque sencillo, les encantaba. Más tarde fueron a hacer sus listas de deseos, que después le darían a la hermana Clarisa, y las llevaría los encargados de hacer las compras en el pueblo.

Como todos los domingos, los chicos a la hora del Ángelus fueron a la plaza del campanario para entrar poco a poco a misa. Al salir, Santiago vio un muchacho de apariencia amable que se le hacía familiar de haberlo visto rondando por el orfanato. De repente vino Mary, saludó a Santi y el le preguntó que si sabía quién era aquel hombre, ella sobresaltada dijo que era fray Guillermo, un joven fraile encargado de las adopciones.

Mary estaba muy entusiasmada mientras que Santi estaba abatido pensando que nuevamente no sería el elegido; pero ambos vieron que ese hombre se acercaba hacia ellos. Al llegar, se puso frente al joven Santiago y le dijo que una familia del Norte de Teruel había solicitado la adopción de un chico para llenar el vacío de su hija fallecida.

Él estaba en shock, no podía creer lo que estaba oyendo. El muchacho les dijo que Santiago concordaba perfectamente con el perfil que había dado la pareja.

Mary estaba muy feliz por su amigo porque él, tras 14 largos años de espera, había encontrado un lugar donde le acogerían como a un hijo; pero al mismo tiempo también estaba apenada porque sabía que seguramente no volvería a ver a su amigo, al que le había acompañado desde que el día que ella llegó a ese sitio, era como su familia.

Santiago estaba muy entusiasmado aunque le costaba expresar esa sincera alegría porque tenía un nudo en la garganta pensando en que probablemente no volvería a ver a su querida amiga, quien le acompañó durante toda su vida y la que estuvo en buenos y malos momentos apoyándole en toda situación, por mala que fuera.

Ya llegó la esperada víspera de Navidad cuando la hermana Clarisa tendría que darle la lista de deseos a los encargados. Ese día, como todos los años, irían a comprar polvorones y dulces de todas clases para la cena y utilizarían el dinero que ganaron la Pascua pasada en los puestos de pestañas y gachas.

Ya una vez volvieron al convento, se prepararon para almorzar. Ese día comían ensalada y la podían condimentar con algo de aceite y sal.

De pronto, sor Remedios apareció por el largo pasillo de cristaleras paralelo al comedor. Entró en la gran sala y tartamudeando, casi susurrando, dijo: "Que me acompañe Santiago Expósito, ve al despacho de la madre superiora".

El no podía creer lo que estaba viendo, en ese instante una mujer de cabello rubio y rizado con un vestido color granate y postura firme acompañada de un señor alto y trajeado estaba hablando con la hermana Soledad.

Creyó escuchar la historia de su vida... Aquella pareja, en realidad, eran sus padres quienes, arrepentidos de dejarlo en el convento, pretendían volver a por él tras morir su hermana.

Santi no estaba dispuesto a ser el relleno de una familia rota sabiendo que lo dejaron en el oscuro torno de un antiguo convento a su suerte a los 5 meses de vida.

De pronto huyó y cogió del brazo a Mery, a la que llevó al gran patio y le dijo: "Nos íbamos a escapar a los 16, ¿no? Pues cambio de planes, será hoy mismo."

Mery, con voz temblorosa, le respondió: "vale, confío en ti"».

Treparon el muro, corrieron hasta la estación de ferrocarril y se metieron de polizones en un tren de medianoche con destino desconocido.

Al amanecer, despertaron en aquel oscuro y polvoriento vagón de equipaje, salieron sin ser vistos y descubrieron lo que realmente era el mejor regalo de Navidad: el hecho de tenerse el uno al otro.


Silvia Olmo


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